Sobre mí
Aelion Rhéon · Donde lo sagrado se vuelve cotidiano.
Presentación
1. Quién soy
Soy Aelion Rhéon. No soy maestro, guía ni terapeuta. No me interesa ocupar posiciones de autoridad espiritual, psicológica o simbólica.
Mi trabajo nace de algo simple: la necesidad de pensar con rigor lo que vivo, lo que siento y lo que percibo. No llegué a estos temas por fe ciega ni por devoción, sino por honestidad interna y por la imposibilidad de reducir ciertas experiencias a explicaciones superficiales.
2. Cómo llegué a interesarme en estos temas
Desde niño me encontré con fenómenos que no encajaban en el marco convencional. No los traté como señales especiales ni como privilegio espiritual. Los tomé como preguntas.
Con el tiempo entendí que lo importante no era “la experiencia en sí”, sino lo que activaba:
- ¿Qué explica un fenómeno que no cabe en el marco habitual?
- ¿Qué modelos permiten pensar lo espiritual, lo psicológico y lo simbólico sin perder coherencia?
- ¿Dónde convergen las distintas perspectivas humanas sobre lo invisible?
Mi ruta de investigación fue múltiple:
- Religión: narrativa simbólica y límites interpretativos.
- Filosofía: estructura lógica, categorías, ontología.
- Psicología y psicoanálisis: trauma, afecto, mecanismos de defensa.
- Metafísica: modelos para lo no cuantificable.
- Ciencias cognitivas y divulgación: atención, memoria, pensamiento crítico.
- Observación corporal: percepción somática como forma de inteligencia.
Nunca seguí una sola línea porque ninguna explica el fenómeno humano completo. Cruzo disciplinas porque cada una ilumina una parte distinta de lo que somos.
3. Cómo entiendo a Dios, lo divino y la dualidad
No concibo a Dios como una figura antropomórfica que premia y castiga. Tampoco como un juez moral que administra recompensas y castigos según obediencia.
Para mí:
- “Dios” es un nombre limitado para una estructura de conciencia mayor que la humana.
- Lo divino es coherencia y presencia, no sentimentalismo.
- El bien es lucidez y responsabilidad.
- El mal es incoherencia interna sostenida.
La dualidad no es una guerra moral entre “buenos” y “malos”. Es una función estructural de la conciencia:
- Diferenciación: ver con claridad lo que eres.
- Integración: ordenar lo que eres sin fracturarte.
No romantizo la luz ni satanizo la sombra. No son identidades eternas, son modos de funcionamiento.
4. Relación con conciencias no humanas
No convierto este tema en espectáculo ni en bandera. Lo trato como una posibilidad coherente en un universo complejo, no como un recurso para llamar la atención.
Me parece razonable considerar que:
- no somos la única forma posible de inteligencia en el universo;
- pueden existir formas de conciencia que no encajan en nuestros modelos actuales (otras civilizaciones, niveles de realidad no evidentes, arquitecturas que hoy ni siquiera podemos imaginar);
- la interacción, si existe, depende más de resonancia interna que de creencias religiosas o de rituales externos;
- esa resonancia se expresa como patrones simbólicos, cognitivos o sutiles, no necesariamente como “mensajes literales”;
- ninguna conciencia, humana o no humana, sustituye el pensamiento crítico ni la responsabilidad personal.
No me posiciono como intermediario entre nadie y “lo divino”. Cada persona se relaciona con lo no humano según su estructura interna y su nivel real de coherencia, no según lo que yo crea o deje de creer.
5. Mente, cuerpo, materia e intuición
No considero que el cuerpo ni la materia sean algo que haya que trascender. No los vivo como estorbo ni como “capa inferior”, sino como arquitectura de acceso. Sin buscarlo, fueron uno de los caminos más directos hacia lo divino en mi experiencia.
El cuerpo es un sistema de percepción sofisticado; la materia, el escenario donde la conciencia se vuelve operativa. No son opuestos al espíritu: son una de sus formas de expresión.
Esta comprensión no llegó desde los libros, sino desde el patinaje y, sobre todo, desde enseñar a patinar.
Para poder explicar movimiento a otras personas tuve que:
- observar con detalle cómo reaccionaba mi cuerpo ante el miedo, el impulso o el equilibrio;
- observar cómo se movía el cuerpo del otro: tensiones, bloqueos, anticipación, huida;
- traducir una sensación física en lenguaje claro, sin misticismo pero sin reducirla a “solo técnica”;
- volver a mi propio cuerpo para verificar si lo que explicaba era real o solo una idea bonita.
Ese doble proceso —sentir y observar— afinó una forma de percepción que no es puramente cognitiva ni puramente física. A eso le llamo inteligencia corporal intuitiva:
- percibir información somática, emocional y estructural antes de racionalizarla;
- reconocer patrones sin añadir fantasía innecesaria;
- actuar desde un cuerpo que piensa, siente y analiza sin dividirse.
El movimiento se volvió un laboratorio, la intuición una forma de procesamiento y la materia un puente entre conciencia y experiencia.
6. Dolor, trauma y responsabilidad
Tuve heridas reales. No las convierto en mito ni en identidad. No las uso como carta de presentación espiritual.
De ese proceso saco conclusiones muy concretas:
- el dolor no educa por sí solo; educa lo que haces con él;
- una herida no trabajada contamina la percepción, las decisiones y los vínculos;
- la transformación no es magia: es estructura, análisis, decisión y repetición;
- la espiritualidad sin psicología suele ser evasión;
- la psicología sin dimensión espiritual se queda corta en sentido.
No hablo de “sanación” como concepto nebuloso. Hablo de orden interno y funcionamiento.
7. Capacidades y límites
He trabajado en distintos campos: ventas, logística, soporte técnico, diseño, docencia en patinaje y análisis de movimiento. No lo menciono como lista de méritos, sino como contexto: mi forma de pensar es transversal por necesidad, no por pose.
Mis capacidades reales se enfocan en:
- claridad conceptual puntual;
- lectura simbólica y estructural de situaciones;
- detectar incoherencias sin adornarlas;
- activar pensamiento crítico;
- aparecer con lucidez en momentos de ruido.
Mis límites también son claros:
- no sostengo procesos terapéuticos largos;
- no reemplazo psicoterapia ni atención médica;
- no interpreto destinos ni hago predicciones;
- no genero dependencia ni dicto caminos espirituales personalizados.
Funcionó mejor en momentos de ajuste fino que como figura permanente en la vida de alguien.
8. Qué significa “canalizar” para mí
No escucho voces externas que me digan qué hacer. No obedezco entidades ni entrego mi criterio a ningún nombre o figura.
Cuando hablo de “canalizar” me refiero a:
- reducir ruido mental y emocional;
- percibir estructuras simbólicas, intuitivas y cognitivas;
- interpretarlas con pensamiento crítico;
- expresarlas sin violar el libre albedrío ni crear dependencia.
No lo considero un privilegio místico, sino una forma específica de atención, disciplina y presencia. No sustituye terapia, trabajo interno ni decisiones humanas.
9. Espiritualidad individual
Creo en una espiritualidad que nace de la estructura interna de cada persona, no de la autoridad de otro.
No creo en intermediarios que “traducen” tu vida por ti. No creo en caminos espirituales calcados ni en recetas universales.
Tu trabajo interno es tuyo. Tu responsabilidad también.
10. Principio central
Para mí, la divinidad no es algo que se “cree” por obediencia o por miedo. La divinidad se reconoce cuando hay coherencia interna: cuando lo que piensas, sientes, dices y haces empiezan a alinearse con tu verdad más profunda, aunque no sea cómoda ni perfecta.
11. Cierre
Mi trabajo —ya sea enseñando a patinar, escribiendo, canalizando o pensando en voz alta— no busca crear seguidores ni nuevas creencias.
Busco algo más simple y más difícil: un lenguaje que permita pensar lo invisible sin perder rigor, y vivir lo espiritual sin perder presencia.
Si algo de lo que digo te sirve, que sea para afinar tu propio criterio, no para reemplazarlo. La disciplina interna es tuya; tu camino también.